ENNIO MORRICONE - pantalla parlante

Por Walter Szumilo

 

No hay que olvidar que el cine se dirige por igual al oído y a la vista y la música no puede estar en un escalón inferior”, declaró en mayo de 1988 al diario español El País, tras dirigir en Sevilla un concierto enmarcado en el Encuentro Internacional de Música en Cine. Ennio Morricone murió recientemente en Roma, a los 91 años, dejando un legado de más de cuatrocientas bandas sonoras, varias de ellas del lote de inolvidables en la historia del séptimo arte. Su trabajo es, a la vez, evidencia de la sociedad perfecta entre pantalla y parlante, un jardín en el que ojo y oído se citaron para concebir una superadora experiencia multisensorial. 

De padre músico, trompetista y compositor precoz, Ennio comenzó por crear música de fondo para programas radiales. En el mundo del cine irrumpió como ‘escritor fantasma’, haciendo arreglos o dando vida a melodías luego atribuidas a músicos algunos peldaños arriba en el camino de la popularidad. Convocado por su amigo de la infancia Sergio Leone, fue consolidándose como compositor de bandas sonoras. La complicidad con el reconocido cineasta dio como resultado, entre otras, las gemas orquestales de “El bueno, el feo y el malo”(1966) y “Érase una vez en América”(1984). La primera, familiar incluso para oídos no cinéfilos, desde que acompañó en tandas televisivas ochentosas las proezas del rubio de Camel; la segunda, ‘el mejor trabajo de Morricone’ a criterio de numerosos críticos. 

Así y todo, en este caso hablar de ‘mejor’ parece, de los pecados posibles, uno imperdonable. Es que en el cofre rebosante de tesoros están los conmovedores pentagramas de “Cinema Paradiso” (1988) de Giuseppe Tornatore, otro socio creativo con el que el maestro delineó además las curvas emocionales de la adorable Malena (2000), interpretada por Mónica Belluci. También obran allí la banda sonora de “Los intocables” (1987), de Brian de Palma, y la sublime música de “La Misión” (1986) de Roland Joffé.

“No hay una gran banda sonora sin una gran película que la inspire”, afirmó Ennio en 2016, ya en sus manos el Oscar por la labor en “Los odiosos ocho”, de Quentin Tarantino. Fue la segunda de las célebres estatuillas que recibió luego de ser reconocido en forma honorífica, diez años antes, por su prolífica trayectoria. 

Transcurridos más de ciento veinte años desde el nacimiento del cine, otra afirmación suena casi igual de cierta: apenas en casos excepcionales una gran película puede escindirse de una inspirada banda sonora. Absorto frente a la pantalla, un espectador percibe la música como sonido ambiente. Por ingrato que suene, es señal de que el trabajo es perfecto. Curiosa paradoja en la que el talento es inversamente proporcional a la exposición.

Son varias las formas de tentar a la suerte para ver buenas películas. Están quienes escogen conforme a los lauros que figuran en afiches y quienes confían en recomendaciones de voces amigas. Están quienes prefieren seguir el consejo de la intuición. A todos puede servir, como vacuna contra la decepción, saber que no hay riesgo de intrascendencia cuando lo que suena es obra de Morricone.

 

Por Walter Szumilo

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