Pudo haber sido violinista, si persistía en las clases que a los trece años tomaba con Jacobo Ficher. Pero lo sedujo la actuación. Y no quiso resistirse. Con garbo, dio luego el paso de actor a director, enfocado al teatro y al cine, permitiéndose algunas lúcidas incursiones en la pantalla chica. Ese peregrinaje multidisciplinario le aportó la sabiduría para pisar firme en el mundo de la ópera, en el que descollaría, al igual que en el de la gestión cultural, arte no del todo menor.
Por Walter Szumilo