Maduro y joven, profundo, Sergio Pujol es una usina de escritos imposibles de omitir para sumergirse desde el umbral musical en la compleja trama de la cultura popular argentina. Es esa jerarquía, entre varias virtudes, la que en 2007 lo consagró Konex en el campo del periodismo musical.

por Walter Szulmilo 

 

"Ahí leo". Señala un sillón claro, arrinconado en su bunker del barrio Hipódromo. A un par de metros, un escritorio gobierna el rectángulo de paredes tapizadas por libros y discos. Ahí escribe.

Maduro y joven, profundo, Sergio Pujol es una usina de escritos imposibles de omitir para sumergirse desde el umbral musical en la compleja trama de la cultura popular argentina. Es esa jerarquía, entre varias virtudes, la que en 2007 lo consagró Konex en el campo del periodismo musical.

Reconocido en el terreno de la investigación y en el mundo editorial, es a la vez venerado por quienes, en aulas de la Facultad de Periodismo de la UNLP, escucharon en algún momento de las últimas dos décadas sus clases de Historia del Siglo XX.

La lupa

El de la investigación es hoy un campo ensanchado, con una positiva tendencia al trabajo interdisciplinario, al diálogo entre las ciencias sociales. Pujol brinda con entusiasmo el concepto, pero contrapone otra observación. "Hay un grado de focalización y especialización que a veces hace que el investigador pierda de vista la totalidad", menciona, añorando la era de estudiosos como Eric Hobsbawm, capaces de abordar fenómenos históricos en sus múltiples dimensiones. Elucubraciones vanas, aclara, sin un punto de partida que concentre consenso: la investigación en ciencias sociales y humanas debe concebirse vital para cualquier sociedad que se precie.

Multidimensional, resbaloso, complejo, su gran objeto de estudio es el siglo XX, incluso cuando reconoce la evolución en las metodologías para estudiar la historia 'en tránsito'. "No tengo problemas con temas recientes, pero aun hay cierto déficit en temas lejanos en el tiempo y creo contar con herramientas metodológicas válidas para abordarlos. Mi aporte va más por ahí", expone, autor de Historia del baile: de la milonga a la disco (1999), Rock y dictadura. Crónica de una generación 1976-1983 (2005) y Valentino en Buenos Aires. Los años veinte y el espectáculo (2016).

Por estos días, dedica energía a darle el corte final a El año de Artaud, investigación referida a música y cultura en el año 1973 que presentará probablemente a inicios de 2018.

En cuanto a proyectos biográficos, todavía no hay un blanco claro; quizás un trabajo sobre el 'Cuchi' Leguizamón, por la insistencia de su público. Cree que ya no escribirá biografías sobre personalidades vivas, más allá de haber disfrutado de la experiencia que en 2011 culminó con un volumen sobre María Elena Walsh.

El paso del tiempo, junto al peso de su trayectoria, le confieren una amplia libertad de elección; también lo eximen de tratar de encajar en lineamientos académicos prejuiciosos. Como contraparte, a veces lo embarga cierta 'melancolía'. "Algunos trabajos por los que la gente me reconoce, ya no podrán ser superados, al menos por mí", comparte.

Aparece así la alusión a la fresca reedición de Discépolo, una biografía argentina, que a veinte años de la edición original, presentó en las últimas semanas en el auditorio de Fundación OSDE La Plata. "Muchos amigos dicen que es mi mejor trabajo, pero honestamente no lo veo así. No me voy a hacer el modesto, porque estoy muy conforme. Haberme metido en el mundo Discépolo quizás fue lo que mejor hice en mi vida en términos profesionales, pero a mi biografía de Atahualpa Yupanqui, por ejemplo, la veo mejor documentada, con la consulta a fuentes inéditas", explica.

La pluma

Casi por definición, los que escribe son los libros que alguna vez buscó infructuosamente parado frente a la biblioteca. Quiso una vez leer una biografía de Oscar Alemán. No existía, por eso en 2015 la escribió, deja vú de lo que una década antes lo impulsó a publicar Jazz al Sur. La música negra en la Argentina.

Investigador del CONICET, en buena medida sus libros fueron inicialmente informes académicos. Trasmutaron por 'ciertas veleidades literarias', que asume justificadamente.

El apego al libro es irrevocable; lo escriba o lo lea. Cualquier primera aproximación a artistas o procesos que despierten curiosidad, sostiene, lo requiere. La lectura sobre temas musicales, entiende también, aporta a la comprensión del fenómeno musical, siempre que el material consultado no se reduzca a anecdotarios o a una línea de tiempo más o menos completa.

"El libro, la investigación, suponen un tiempo de maduración y reflexión que no encontramos en los tiempos de trabajo del periodismo", afirma, baqueano en lides editoriales. "Digo que estoy tres años trabajando en un libro y me miran como si fuera un monje tibetano", bromea, hablando en serio.

En el aula, lo inquieta la brecha que separa al estudiante del libro. "No sé si se lea más o menos que antes. Creo que se lee bastante en la pantalla, saltando de un lado al otro en una lectura 'de surfeo'. Hay menos lectura profunda y reflexiva, esa que no puede separarse del libro", arriesga. "En exámenes a veces escucho definiciones muy categóricas, de autores que el alumno no recuerda ni identifica, omitiendo que ese autor tiene determinada visión del mundo", explica.

Sus líneas abiertas de lectura son al menos tres. La primera asociada a fenómenos del siglo XX (baja de la biblioteca un ejemplar de Descenso a los infiernos de Ian Kershaw y otro de Postguerra de Tony Judt y cita como otra buena lectura reciente La marchita, el escudo y el bombo de Ezequiel Adamovsky y Esteban Buch); la segunda conectada con la música (pondera Tu tiempo es hoy de Julián Delgado) y la tercera con el género ficción, reservada a la mesa de luz y al tiempo 'libre'.

Lector 'omnívoro', alterna libros con artículos periodísticos. Se esmera en no cargar de prejuicios vanos su mirada crítica del rol de los medios. Si de política se trata, suele leer Página 12, a sabiendas de que algunos temas no estarán en agenda. No lee Clarín, pero consulta La Nación, consciente del estamento ideológico en nombre del que emite.

Al hojear la sección Cultura, reconoce, las barreras son más laxas, como frente a los suplementos. Que Radar sea desde hace rato el preferido -de ahí sus asiduas colaboraciones- no lo priva de disfrutar de notas que presenta Revista Ñ, para la que también escribió, o Ideas, del diario de los Mitre.

La intermitencia en su producción periodística obedece a las exigencias impuestas por la investigación con la que esté oportunamente involucrado. De todos modos, aprieta send con frecuencia, a destinatarios como Radar o las publicaciones virtuales La Agenda Revista (www.laagenda.buenosaires.gob.ar) u OP Semanal (www.revistaotraparte.com/semanal).

"Me gusta el periodismo cultural, me gusta intervenir. Si estoy enganchado con el capítulo de un libro, pido plazo. Claro que cada tanto me pica el bichito del periodismo. Cuando le dieron el Nobel a Dylan mandé de inmediato una nota a La Agenda. Sentía que tenía algo para decir sobre eso", expone.

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